Y te vi pensando en mí, de una manera muy diferente, extraña, utópica en tus patrones de comportamiento. Me gusto tu mirada de amamesinmiedoanada, goce con tú sonrisa de hazmeelamoraquimismo, pero caí cuando moviste tus tacones rojos que envolvían tú franciscana pedicure. Y pronunciaste la palabra “perdón”, ok, te respondí, no problem (Como siempre suelo hacer). Entendí que el tiempo no te trató tan bien como espere (mentira, desee siempre que te fulminen en el camino), que los años te obnubilaron, que te hicieron llorar. Regresaste sola, arrepentida, sublime, mejor que nunca. Lozana, más vieja pero tersa. Y desee ahí mismo quitarte toda la ropa y dejarte sólo con los tacones rojos, como antes, como siempre, como nunca debió dejar de serlo.
Y conversamos por largas horas que se hicieron minutos, nos escapamos a un planeta que creamos cuando estuvimos juntos y desaparecimos de miradas acusadoras y frases hirientes respecto a si tu reputación o la mía valían la pena tamaña aventura, o desventura. No, pues, no vale la pena, ni tú reputación, mucho menos la mía, y no me interesa. Porque acá todo el mundo habla y opina, y crea atmósferas de romanticismo hipocritón. Acusa con zafias miradas, señala con dedos retorcidos de uñas negras y mohosas. Y valgan verdades los jueces suelen ser más putas o cafiolos que los mismos acusados, y me consta de manera fehaciente.
Y divagando, mientras te arrodillabas ante mí ego, recordé una canción que no era tuya, era de un pasado más bonito, en donde tú no estuviste nunca, pero nosé porque se me vino a la cabeza. Tal vez suplante a ese “pasado bonito” por ti, e imagine que valía la pena cantar en mi mente mientras hablabas y respirabas por la boca a la misma vez. “Nos encontramos en la calle. Yo diría casualidad. Aún conservaba esa mirada. Ese garbo, ese swing, ese charme. Venía supercolocada su sonrisa, si, era algo especial. Cuando me dio la cachetada, puso las cosas en su lugar. Luego me abrió su boca. Como la libertad. Tomamos unas copas y en el bar se echó a llorar. El tiempo pasó. Fuimos ella y yo, dos en la ciudad...
Reaccione como al minuto, ella seguía hablando a mil por hora, repace la letra de la canción y me di cuenta que en muy pocas frases concordaba el momento soñado con el que estaba viviendo en ese instante. No me importo, volví a divagar nuevamente, obviamente imaginando que ella no era ella sino ese “pasado bonito” que abandoné en mi insensatez y brutal machismo. “Me pregunto cómo había sido. Cómo fue que elegí partir. Sí había tenido algunos hijos. Y sí alguna vez fui tan feliz. Le pregunté si estaba sola. Ella si que sabía fingir. Que ingenuidad no era una boba. Era el mismo monte Sinaí. Paso, paso, paso nuestro cuarto de hora. Paso, paso, pero aún sabíamos reír”
Regrese, como en sueños, ella seguía parada frente a mí, me toque el brazo y sentí un ligero dolor, mire y percibí un tenue moretón que me recordaba que no era una quimera. Sin querer me fui alejando mientras ella hablaba. Ebrio, nosé de qué, fui retrocediendo a pasos agigantados. A lo lejos escuchaba su voz que me decía “Te amo, Te amo” en un tono cada vez más alto. Mientras algunas falsas cucufatas miraban con ojos de asombro tamaña escena. Y volví a sentir, en ese momento, que siempre fuimos y seremos carne de mentiras casquivanas. Me di media vuelta, subí a mi auto y regrese a casa solo, mientras en la radio, coincidencias de la vida, sonaba “Dos en la ciudad” de Fito Paez...
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