viernes, 10 de octubre de 2008

El oficio de vivir

Por extrañas circunstancias de tiempo y espacio, por esas enjundiosas casualidades y azahares del destino, descubrí entre los libros vetustos y empolvados de la abandonada biblioteca de mí abuelo, el libro de poemas u obra de arte: El Oficio de vivir, del poeta suicida italiano Cesare Pávese. Uno de los bates más importantes del Siglo XX. Nacido en Santo Stefano Belbo, el 9 de septiembre de 1908 y fallecido en Turín el 27 de agosto de 1950. Poeta de pluma vertiginosa e inconforme con la vida, que durante toda su existencia trató de vencer, sin éxito, la soledad interior, que veía como una condena y una vocación.
El desengaño amoroso que sufre tras la ruptura de su relación sentimental con la actriz norteamericana Constance Dowling - a la que dedica sus últimos versos Vendrá la muerte y tendrá tus ojos - y su malestar existencial lo llevan al suicidio el 27 de agosto de 1950, en Turín
. Hoy, luego de haberme devorado una saga de sus magníficos poemas, me veo en la imperiosa necesidad y decorosa obligación de propagar (cual plaga), para los que no lo conocen, una de las mejores odas que he tenido la suerte de leer. Y que sufro, me emociono, embriago y maldigo cada vez que leo, o cada vez que recuerdo sus versos que revuelan en mí cerebro, imaginando a Cesare minutos antes de ingerir doce sobres de somníferos y cruzar el umbral que separa la desdicha de la tranquilidad...

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto.
Tus ojos serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas ante el espejo.
Oh, amada esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.

(Para ti, (sin cariño) cuando decidas (si decides) venir...)

sábado, 4 de octubre de 2008

Me elevé con Orégano y otras estafas...

Dicen que cuando una estafa es enorme va tomando nombre decente, en mí caso no pasaría de ser un simple engaño, artificios, tretas, argucias, hechos que me hacen recordar de qué tamaño es la idiotez que me apelmaza. Deben haber sido varias las estafas de las cuales he sido víctima, pero son pocas de las que me he dado cuenta, tanto como para reconocer, a veces riendo y otras airado, que soy y sigo siendo un perfecto idiotón, eso es más que idiota, idiotón. Con tilde y mucha énfasis en la o.

Un sábado antiguo, cuando tenía 12 años y en épocas de bonanza familiar, me encontraba jugando junto a un ex gran amigo, otro proclive a las estafas, pero amorosas. Mientras ambos conversábamos y nos cagábamos de risa pasó un esquelético sujeto, esos que desde lejos llevan la marca de estafadores inescrupulosos. Se paró frente a nosotros, y del bolsillo de su camisa sacó un aro que en su circunferencia interior llevaba inscrito “15/12/71 Te amo Margarita”, lo puso en mis manos y me dijo “dame 50 soles hermanito, necesito plata para curar a mi mamita enferma”. Yo, en esas épocas lucía una gruesa cadena de oro macizo, la cual saqué y compare con la joya que estaba a punto de comprar.
Cual conocedor experimentado, llevé el aro a mí boca y le di un zófero mordiscón, eso (según yo) me comprobó que era un pesado aro de 18 quilates, joya invaluable que me daría mucho dinero. Pagué encantado, feliz de haber hecho el negocio de mí vida, “así empiezan los grandes hombres de negocios” pensé. Dos días después, lo llevé a un joyero, quien burlándose de mí me refrescó la cruda realidad. “Chibolo cojudo, por pendejo te cagaron”. Años después, yéndome a la universidad, en una esquina desierta vi como tres sujetos masacraban a golpes a un esquelético sujeto, sí, el mismo que me estafo. Oh, coincidencias del destino, el que la hace la paga pensé, mientras el ensangrentado sujeto pedía ayuda a mí sonrisa retorcida.

La segunda vez que me vieron la cara de idiota, fue en una noche de putas, yo ostentaba glamorosos 14 años. Edad en que no conocía los sabores y delicias del sexo, y, aunque sea poco creíble, la exquisita pasión onanista tampoco habían llegado de sopetón. Éramos 15 adolescentes, desembocados, arrechos y lujuriosos. Yo fui el que encabezó la expedición a la calle rosa, donde contratamos a 2 trabajadoras sexuales, muy ajetreadas y desmejoradas. Pero en época de guerra, cualquier hueco es trinchera.
Llegamos a una enorme casa, habitada por un solo sujeto, que ahora me doy cuenta era un guachimán que alquilaba la casa de sus patrones cuando éstos iban de viaje. Uno a uno fueron ingresando zambos, negros, blancos, gordos, chatos y feos. Yo espiaba por un orificio como mis amigos daban rienda suelta a sus exacerbadas calenturas. Encontrándome penúltimo, ingresó mí compañero, conocido en el post anterior como Troll, condón en mano, vi como se hundía en lo que sería su primera pesadilla. Dos minutos después salió sudoroso, con cara de cuy asustado, y me dijo “Puta madre Pedro, se me rompió el condón, y ahora? Si la embarazo?” todos nos reímos de tamaña idiotez. Hasta que alguien del fondo gritó “esa puta tiene sida”. Troll nos miró, y sin saber que hacer pidió, gritó y rogó por ayuda. El gordo Were, un soberano hijo de puta, comentó que el Sida podía ser desinfectado con alcohol alcanforado en la zona expuesta. Los gritos que vinieron después fueron de antología.
Cabe resaltar que la puta nunca quedó embarazada, no tenía Sida, y al pobre Troll le ardió su colgajo por tres semanas, fuera del trauma de ser portador, pesadilla que duró todo un año, en el que fue nombrado, efectivamente, como Freddy Mercury.
Bueno para terminar, cabe destacar que nunca debuté esa noche, los más grandes y poderosos del grupo se encerraron con las putas y mí dinero. Mientras que yo exclamaba a gritos que me devolvieran mí plata, golpeándoles la puerta de una manera brutal. Hasta que cansado, derrotado y sin dinero me tuve que retirar a mis aposentos, con el muñeco alicaído, un poco triste y medio resfriado.

La tercera fue en una edad que prefiero no comentar, por temor a represalias. Con mucha curiosidad veía como muchos conocidos se hundían en los sabores de la marihuana. Como “stonazos” inflaban pecho y caminaban alucinándose el último mojón de Satanás. Uno de los tantos vagos marihuaneros, hoy pasteleros, se nos acercó y nos ofreció el troncho más rico del mundo. “Miren muchachos, les vendo un súper wiro, lo último que ha llegado a la ciudad, la merfi merfi de las yerbas” (sic). La invitación al placer no podía ser rechazada de ninguna forma. Cómo despreciar la merfi merfi de las yerbas, no señor, venga pues, déme un troncho casera.
Armado, con caja de fósforos en mano nos dirigimos a un lugar oculto, encendimos el “wiro más rico del mundo” y junto a cinco amigos empezamos a fumar la pipa de la paz. Gritamos, golpeamos (yo aún no sabía fumar cigarro) y procuramos cagarnos de risa de una manera exacerbada y endemoniada. Minutos después y sintiéndonos extremadamente drogados y de ojos rojos nos dirigimos a la misma banca de siempre. Sentados y riéndonos los unos de los otros, pasó el hoy pastelero y nos regresó a tierra, “Y muchachos ¿qué tal les pareció el orégano que se han fumado? Ay chibolos, si que son bien cojudos. …jajaja” (sic). Derrotado por tercera vez, supe que ni para fumón servía.

La cuarta, quinta o sexta vez son casi en el mismo tono, mejor dicho tropecé de nuevo y con la misma piedra. Romances con mujeres comprometidas, donde lógicamente la cara de baboso siempre fue la mía. Casadas a punto de divorciarse, pero viviendo bajo el mismo techo y durmiendo en la misma cama. En todas ellas siempre he corrido el riesgo de morir masacrado por maridos o novios celosos. Pero habría que explicar que no por mí ingenio para conseguir mujeres comprometidas, sino por mi habilidad para caer en sus redes y creer tamañas sandeces, que ni algunos familiares (que pecan de zopencos) creerían. En conclusión, y con mí lerda cara que no me deja mentir, fui, soy y seré presa fácil para los embaucadores, un idiotón de campeonato, un asno, una babieca, un bobo, un gil, necio, pelele, sandio, tonto, zoquete…y largos y pronunciados etcéteras.