Palabras añejas, palabras llenas de remordimiento. Palabras que se las llevó el viento, pero que luego regresaron en un boomerang muy afilado y de una puntería, digamos, más que exacta. Exactísima. Infalible. Ay, ¿duelen?. No, no duelen. Molestan, hincan, me hacen decepcionarme más de mi mismo. Porque valgan verdades, soy el más decepcionado de mí mismo que cualquier otro. Incluso que mí padre, de quien hace poco escuche decir (me) “Desanda el camino andado en tu vida y vuelve al regazo de tu madre para no molestar más aquí”...o mejor dicho...Ándate a la Concha de tú madre.

Well, well, guardaré mis palabras por un tiempo más. Un tiempito más. Para ver si te cruzas en mí trocha y te las suelto todas como mono con metralleta; sin dolor, sin escatimar en municiones y mucho menos en muertos y heridos. ¿Te podría matar con mis balas? Noooo. Tú me aniquilas, me exterminas, me arrasas, me consumes, me divides, me destrozas, me descompones, me quebrantas, me aplastas, me devastas, me desmantelas, me abates, me demueles, me asolas, me hundes y me precipitas y me corroes. Pero no importa tengo varias vidas como gato de callejón.

Porque León de Natuba digo ser, creo ser, pienso ser. ¿Pero sabes quién diablos es? El León de Natuba era un ser disforme e imperfecto, seguidor de El Conselheiro (La Guerra del Fin del Mundo) muy fiel y el único inteligente de la legión, el único que sabía leer y escribir. Una especie de amuleto y secretario general de la aventura escrita por MVLL. Pero muy imperfecto. Demasiado inconcluso e inacabado. “¡Presente!”.

Al fin y al cabo, aperturo y concluyo siendo palabras. Ahora sin más sentido que cuando empecé. Con menos orden. Sin brújula, sin norte y sin proa. Y sin bases. Y sin futuro. Y sin lectores. Y sin dinero. Y sin ganas. Sin ansias de nada. Me gustaría ser renunciable a todo, irrenunciable a mandar a la mierda al mundo. Ser un bohemio de verdad. Y vivir muriéndome de hambre pero llenándome de libros. Obras, textos y novelas mías. Escritas por mí. Plasmadas por mí e inspiradas por ti. Al fin y al cabo a las palabras les ocurre lo mismo que a las monedas: no siempre tienen el mismo valor. Pero eso no es lo importante maldito mojón de la frontera con Tiwinza...