Y es que la mentira es piadosa, no hiere, evita sufrimientos en vano, tristezas tontas, maquilla el dolor y se embute la realidad dejándote libre de toda culpa. En cambio la verdad es dolorosa, es una sola, no puede haber dos realidades. La verdad es cruel y directa, es perversa y no tiene contemplación alguna. La verdad es como tiene que ser, una soberana hijadeputa, indolora, fría y calculadora. Entonces llego a la conclusión que por amor y caridad y bondad y reciprocidad y cariño y agradecimiento al género femenino, que mí cruel corazón vapuleó tantas veces, es que yo me volví un mentiroso compulsivo. Que no es lo mismo que mitómano, el mitómano es un imbécil que se cree los cuentos que inventa en su minúscula, frustrante y apática vida; el mitómano tiene una patológica tendencia, morbosa, de desfigurar la realidad, engrandeciendo un acto o minimizando un problema, creyéndolo real. El mentiroso compulsivo defiende sus ideales de mentira, no por ganar o perder sino por mentir, por sentir que su historia es creíble y anecdótica y la defiende con vehemencia, con ímpetu, con hidalguía y perversión... con adrenalina.
Yo soy mentiroso compulsivo y lo acepto, a mucha honra, si alguien me dijera que soy sincero me molestaría, llámenme el rey de las falacias. Nómbrenme el dueño de los embustes. Califíquenme como el alcornoque de las patrañas. La verdad no lo hago por maldad, como expliqué, es un mero acto de bondad y desprendimiento para no dañar más personas en mí atropellada vida. Si contara cada vez que he mentido y cada uno de mis embustes pues faltarían líneas para escribirlas. Prefiero contar mi vida como las veces que he sido sincero, las pocas ocasiones en que no he mentido, las oportunidades en que la sinceridad me inundó y confesé todo lo que era cierto y sin exagerar.
Pero no lo hice pues, y ya cansado de tanta mentira, opté por empezar a decir la verdad, quise ver cómo es que la vida trata a la gente sincera. Craso error. La vida es una mierda con los buenitos y veraces. La vida es una chuchasumadre que se los come con todo y zapatos. Entonces intenté regresar a mí antigua parsimonia de mentiras y ya no pude. Olvidé que una vez que cruzas el umbral de la veracidad es difícil regresar, entonces me quedé sin soga y sin cabra. Ya no soy mentiroso compulsivo y menos un idiotón sincero. No tengo patria, ni un patio donde refugiarme. La verdad posó su pie frío en mi cara y se fue moviendo el trasero.