Cargo en hombros dolorosas semanas tratando de escribir algo medianamente decente –pero no puedo-, tratando de balbucear algo interesante –pero ya es imposible-. Está vez, y creo que de por vida, perdí toda noción de lo que es escribir, de una buena frase, un buen cierre, un buen final y un buen inicio. La musa se esfumó. Siempre pensé que el día que dejara de escribir noticias para que las lean otros, podría empezar a escribir mis propias noticias. Siempre tuve la plena confianza y seguridad que al dejar de escribir para terceros podría escribir mis propias historias o en todo caso terminarlas. Craso error. Estoy peor que antes, adormecido y aletargado, imbuido en una vorágine de estupidez y desidia, es definitivo. He pasado de ser un “Aprendiz de Tinta”, un “Seudo Escritor”, un “Onanista de las letras” a un “pobrehuevónfrustradosininspiración”.
Ante tanta escasez de ideas y falta de iniciativas, debido a un tormentoso proceso de acondicionamiento a mi nueva vida lejos del periodismo, sentado desde mi nuevo escritorio de cedro (Oh, que redundante la vida), postrado en una silla comodísima y donde mí culo puede descansar por horas, mirando la pantalla plana de mi computadora y leyendo con nostalgia mis archivos periodísticos, acabo de comprender que dejé mi vida literal y de escritor frustrado en la redacción que hasta hace 1 mes ocupé con mucho entusiasmo.
Y como no tengo ideas y me vale madre tenerlas -porque estas son tan hijas de puta que me despiertan de madrugada para mostrarme ideas afiebradas de finales infelices, que siempre olvido anotar y nunca más vuelvo a recordar-entonces he decidido colgar dos extractos de lo que empecé a escribir desde mi divorcio con el periodismo, desde el día en que la inspiración decidió no visitarme nunca más.
IDEA I. Dulce venganza de un pagano enamorado
Cuando el vetusto reloj cucú -que adornaba los añejos muebles de esa sala innombrable- marcó las 10 de la noche, pensé que tal vez no habría un mejor momento de mi vida como el que estaba aconteciendo. Tenerla muerta y desnuda; fría y expirada mientras yo me deleitaba con tamaño espectáculo; el regocijo fue pleno, agresivo y orgásmico. Recuerdo que apelé a mis adicciones hedonistas, dejándote entarquinada de todo lo que soy y me integra.
Semanas antes y ante la indecisión que adornaba nuestra ininteligible relación tomaste la iniciativa de acabar con toda una serie de eventos lamentables. Mientras yo lloraba, gemía y balbuceaba piedad, tú permanecías parca, seca, apática, soberbia, imperturbable, fresca, impasible y negligente. Me arrodillé a tus pies, como siempre fue y como nunca debió dejar de serlo, los besé con pasión, como si fuera la última vez y los aticé con locura (Oh, malditas facultades videntes pensé), luego torcí mi cerviz humillada, te miré pero tu temple impávida me negó una sonrisa. Ese era el final. Tuyo y mío, pero más tuyo.
Tus amigas, que observaban todo, me levantaron del piso, me secaron las lágrimas con sumo cuidado –y burla- conminándome a que me retiré del lugar. No te voy a mentir (Sería incapaz de engañar a un muerto) deseaba con suma pasión extinguirlas de la faz de la tierra, ellas eran las causantes de todas mis desventuras y desgracias. Ellas se habían encargado de hacerme la vida miserable y sin ningún crédito se otorgaban todas las regalías de mis acciones dolosas; pero bueno, ya tendría tiempo de ir discurriendo una buena escalada de actos para resarcir tanta perversidad y malquerencia…
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IDEA II. No mereces ni el luto de una uña
Si me preguntan si me arrepiento de algo, podría aseverar 100% convencido que lo único es no haber aceptado tu indecente propuesta de vernos por última vez. De no haber sido capaz de un nuevo encontrón que incluía besos, caricias, toqueteos y mucha lengua y saliva. Me moría por volver a apretujar esas nalgas indecentes, de volver a lamer esas tetas de muñeca, de morder esa boca devota e invadir soberanamente esos pies inquietos e hipnotizantes, que me encandilaron desde el inicio de nuestra (¿?) relación. Me arrepiento de eso y de más.
Pero no me arrepiento de haberte negado mi presencia, de haberte dejado con las ganas de sentir mi portentoso y combativo báculo, en conclusión de haberte dado el inolvidable y último mejor polvo de tu vida, porque de mi podrán decir de todo, pero nunca que soy un mal amante; sé luchar hasta el final, hasta que mi enemigo quede rendido, desfallecido y tembloroso… Y tú lo sabes.
Si me preguntan si me arrepiento de algo, podría aseverar 100% convencido que lo único es no haber aceptado tu indecente propuesta de vernos por última vez. De no haber sido capaz de un nuevo encontrón que incluía besos, caricias, toqueteos y mucha lengua y saliva. Me moría por volver a apretujar esas nalgas indecentes, de volver a lamer esas tetas de muñeca, de morder esa boca devota e invadir soberanamente esos pies inquietos e hipnotizantes, que me encandilaron desde el inicio de nuestra (¿?) relación. Me arrepiento de eso y de más.
Pero no me arrepiento de haberte negado mi presencia, de haberte dejado con las ganas de sentir mi portentoso y combativo báculo, en conclusión de haberte dado el inolvidable y último mejor polvo de tu vida, porque de mi podrán decir de todo, pero nunca que soy un mal amante; sé luchar hasta el final, hasta que mi enemigo quede rendido, desfallecido y tembloroso… Y tú lo sabes.
Pd. Después de releer esto es hora de decir adiós. La derrota está escrita en mi frente.
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