Me pregunto: ¿cómo podría insultarte sin que te ofendas?; bueno sé que tampoco es tan difícil. Sé también, y me consta a ultranza, que eres un poquitín poca de sesos. Y que esa parte que tienes encima de los hombros la utilizas más para colgar ganchitos y hacerte peinados malcarados, antes que para concebir una buena frase, articulada, consistente, pensante, perspicaz, penetrante… y arduos y extensos etcéteras. No te culpó, naciste en la margen derecha del río, en la parte donde funciona más el hemisferio insensato del cerebro.
Es más, podría proponer una descarada teoría: Sólo funciona tu hemisferio derecho, controla absolutamente todas tus decisiones irracionales y esas creencias tan heterodoxas, que se te van con un par de cervezas. Porque valgan verdades, y sin querer contar lo incontable- y no permitir que mis escaleras hablen por mí y me dejen como un granputisimo poco caballeroso- te hierve la sangre cuando la mezclas con alcohol, hasta un inocuo Daiquiri revuelve tus hormonas, dando paso a una exacerbada gatúbela, antisexi, descordinada, besosfalsos, pigmea desmemoriada y mona feeling del jirón Azángaro.
Renunció, educadamente y sin ningún improperio te podría decir, como una “cholita”, que “No me da la peluca” (tampoco lo entiendes?). Bueno ahí te va mejor elaborada, con sentido, cortésmente, sin que te ofendas; y por un segundo me transformó en Winston Churchill y te explico y confeso que tienes todas las virtudes que detesto y ninguno de los vicios que admiro.
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