jueves, 25 de septiembre de 2008

Ayer, cuando fui pastel...

Nunca he sido muy bueno con las adicciones, no serviría para ser un adicto a ninguna clase de droga permitida y las otras, a veces sin justicia, ilegales.
En mí pandillista juventud, digamos cuando tenía 14 o 15 años, muchos de mis amigos, compinches en esa época, desconocidos ahora, empezaron a probar las mieles de un buen porro de cannabis. Yo, baboso e infantil, aún pensaba en jugar con los G.I. Joe que mí abuela me traía en cantidades industriales desde EEUU. O a lo mucho patear puertas, reventar lunas de Enatrus, salir a mojar chicas con previa metida de mano o ya en último caso jugar fulbito, mucho fulbito, en Nintendo. Años después, cachimbo universitario y no tan baboso, me dediqué a lo único que me hace bailar, el alcohol. Nunca con resultados nefastos. A lo mucho quedarme dormido y ebrio en alguna duna conocida de alguna playa añorada. Pero siempre con buenos amigos que se encargaban de que mí amanecer sea en mí cama, un poco arenado pero sano y salvo. ¿Cómo? No lo sé.

Mí primer contacto con la yerba medicinal, marihuana, mary jane o Cannabis Sativa fue a inicios del nuevo milenio. Yo, baboso como siempre, me encontraba en una playa, que no es Yacila, con unos amigos, no tan amigos, que me regalaron un porro por un favor que les hice. Inexperto me llevé el porro a la boca, cual experto y me escondí como si fuera un burrier, sentía que todo el mundo me miraba y me perseguía (ojo que esto fue antes de prenderlo). Escondido detrás de una casa, sólo, y sin ningún dedo acusador, prendí mí primer troncho, fume y fume, golpee y golpee los ricos olores curativos y espirituales del skan. Torpe en las lides del vicio, fume absolutamente todo el troncho que me habían regalado y eso nunca se hace.

Golpee hasta la última bocanada de humo verde que desprendía. Acuciosamente me lave las manos, y regrese con el pecho inflamado y creyéndome el fumón mas stonazo del mundo, lo máximo, un chico marihuano de los bravos. Diez minutos después una soberana taquicardia invadió de golpe mí sensible corazón, un cruel mareo no me permitía estar de pie y los humos alucinógenos de la yerba habían inundado tanto mí cuerpo que no podía ni mover un brazo, ni parpadear. Rendido caí en un piso de losetas, mientras un buen amigo, de esos que de casualidad estaban por ahí, me reclamaba por tamaña burrada. Lerdo, una vez más, empecé una serie de alucinaciones, que iban desde los titulares de prensa, donde informaban de mí deceso por sobredosis de drogas, hasta alucinar con roche que alguien me quería robar mí canguro, confundiendo a mis brazos con amigos de lo ajeno.

Pasado un tiempo me fui a estudiar a Lima, donde, digamos que el 60% de mí salón consumía la vendita Cannabis. Yo sólo la olía de lejos. Bueno a veces de cerca, pero aún así sin consumirla me producía taquicardias cimarronas, risotadas incoherentes y tembladera de piernas. “Estas quemado Pedro, todo esta en tú cerebro, relájate y vas a ver que no te pasa nada” me comentaba una amiga, que podría aseverar fumaba todo el puto día, una chica recontra fumanchu, bien relajada y súper cague de risa.

Pasaron 5 años y regresé a Piura, como Comunicador. Un 28 de julio decidimos irnos a Yacila a pasar las fiestas patrias con un grupo de más de 10 personas. Entre los viajeros se encontraba un amigo, al que llamaremos Troll para evitar que lo boten de su trabajo. Llegamos, nos instalamos en mí casa, salimos a beber a las tiendas. Ya de noche, cuando no había gente en la casa, saca de su mochila una caja de fósforos y me dice: Pedro, mira lo que he traído, se la encontré a mí primo… ¿Habla?”.
Playa, soledad y amistad son buena mezcla, armamos un porro con la cáscara de un cigarro Marlboro. Fumamos en la terraza de mí casa de playa. A continuación iniciamos una sarta de idioteces, empezamos a cagarnos de risa de todo y de nada. Imaginar platos de comida en el aire, imágenes en el cielo estrellado y a imitar la forma de hablar de ciertos amigos ceceosos, bailarines, morbosos y falaces. Eso sí, sólo le di 3 toques, nada más, nada menos. También no podía dejar de hablar o reírme, caso contrario los mareos me inundaban. La pase bien, no me quejo. Fui un buen pastel por dos horas.

De esa fecha hasta el día de hoy nunca más. Porque le sigo teniendo mucho miedo a sus efectos, porque hace tiempo que no paso 28 en la playa, porque las responsabilidades llegaron y porque la Dra. K me cortaría las bolas si se enterara que he vuelto a caer en el vicio del cannabis. Bueno vicio, vicio, no le llamaría con exactitud, dos o tres veces en mí vida no pueden considerarse adicción. Además, una vez pidiendo un mal consejo, me comentó mí gran amigo limeño, al que llamaremos Drogón: “Mira Pedrito, no te metas en el mundo de las drogas, somos muchos y hay muy poca”…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien pedro, hasta que me incluiste en tus historias....(TROLL)

Anónimo dijo...

buena historia,soy que de casualidad paso por ahi y recuperotu canguro, jajajaja