
Un sábado antiguo, cuando tenía 12 años y en épocas de bonanza familiar, me encontraba jugando junto a un ex gran amigo, otro proclive a las estafas, pero amorosas. Mientras ambos conversábamos y nos cagábamos de risa pasó un esquelético sujeto, esos que desde lejos llevan la marca de estafadores inescrupulosos. Se paró frente a nosotros, y del bolsillo de su camisa sacó un aro que en su circunferencia interior llevaba inscrito “15/12/71 Te amo Margarita”, lo puso en mis manos y me dijo “dame 50 soles hermanito, necesito plata para curar a mi mamita enferma”. Yo, en esas épocas lucía una gruesa cadena de oro macizo, la cual saqué y compare con la joya que estaba a punto de comprar.

Cual conocedor experimentado, llevé el aro a mí boca y le di un zófero mordiscón, eso (según yo) me comprobó que era un pesado aro de 18 quilates, joya invaluable que me daría mucho dinero. Pagué encantado, feliz de haber hecho el negocio de mí vida, “así empiezan los grandes hombres de negocios” pensé. Dos días después, lo llevé a un joyero, quien burlándose de mí me refrescó la cruda realidad. “Chibolo cojudo, por pendejo te cagaron”. Años después, yéndome a la universidad, en una esquina desierta vi como tres sujetos masacraban a golpes a un esquelético sujeto, sí, el mismo que me estafo. Oh, coincidencias del destino, el que la hace la paga pensé, mientras el ensangrentado sujeto pedía ayuda a mí sonrisa retorcida.
La segunda vez que me vieron la cara de idiota, fue en una noche de putas, yo ostentaba glamorosos 14 años. Edad en que no conocía los sabores y delicias del sexo, y, aunque sea poco creíble, la exquisita pasión onanista tampoco habían llegado de sopetón. Éramos 15 adolescentes, desembocados, arrechos y lujuriosos. Yo fui el que encabezó la expedición a la calle rosa, donde contratamos a 2 trabajadoras sexuales, muy ajetreadas y desmejoradas. Pero en época de guerra, cualquier hueco es trinchera.
Llegamos a una enorme casa, habitada por un solo sujeto, que ahora me doy cuenta era un guachimán que alquilaba la casa de sus patrones cuando éstos iban de viaje. Uno a uno fueron ingresando zambos, negros, blancos, gordos, chatos y feos. Yo espiaba por un orificio como mis amigos daban rienda suelta a sus exacerbadas calenturas. Encontrándome penúltimo, ingresó mí compañero, conocido en el post anterior como Troll, condón en mano, vi como se hundía en lo que sería su primera pesadilla. Dos minutos después salió sudoroso, con cara de cuy asustado, y me dijo “Puta madre Pedro, se me rompió el condón, y ahora? Si la embarazo?” todos nos reímos de tamaña idiotez. Hasta que alguien del fondo gritó “esa puta tiene sida”. Troll nos miró, y sin saber que hacer pidió, gritó y rogó por ayuda. El gordo Were, un soberano hijo de puta, comentó que el Sida podía ser desinfectado con alcohol alcanforado en la zona expuesta. Los gritos que vinieron después fueron de antología.

Llegamos a una enorme casa, habitada por un solo sujeto, que ahora me doy cuenta era un guachimán que alquilaba la casa de sus patrones cuando éstos iban de viaje. Uno a uno fueron ingresando zambos, negros, blancos, gordos, chatos y feos. Yo espiaba por un orificio como mis amigos daban rienda suelta a sus exacerbadas calenturas. Encontrándome penúltimo, ingresó mí compañero, conocido en el post anterior como Troll, condón en mano, vi como se hundía en lo que sería su primera pesadilla. Dos minutos después salió sudoroso, con cara de cuy asustado, y me dijo “Puta madre Pedro, se me rompió el condón, y ahora? Si la embarazo?” todos nos reímos de tamaña idiotez. Hasta que alguien del fondo gritó “esa puta tiene sida”. Troll nos miró, y sin saber que hacer pidió, gritó y rogó por ayuda. El gordo Were, un soberano hijo de puta, comentó que el Sida podía ser desinfectado con alcohol alcanforado en la zona expuesta. Los gritos que vinieron después fueron de antología.

Bueno para terminar, cabe destacar que nunca debuté esa noche, los más grandes y poderosos del grupo se encerraron con las putas y mí dinero. Mientras que yo exclamaba a gritos que me devolvieran mí plata, golpeándoles la puerta de una manera brutal. Hasta que cansado, derrotado y sin dinero me tuve que retirar a mis aposentos, con el muñeco alicaído, un poco triste y medio resfriado.

Armado, con caja de fósforos en mano nos dirigimos a un lugar oculto, encendimos el “wiro más rico del mundo” y junto a cinco amigos empezamos a fumar la pipa de la paz. Gritamos, golpeamos (yo aún no sabía fumar cigarro) y procuramos cagarnos de risa de una manera exacerbada y endemoniada. Minutos después y sintiéndonos extremadamente drogados y de ojos rojos nos dirigimos a la misma banca de siempre. Sentados y riéndonos los unos de los otros, pasó el hoy pastelero y nos regresó a tierra, “Y muchachos ¿qué tal les pareció el orégano que se han fumado? Ay chibolos, si que son bien cojudos. …jajaja” (sic). Derrotado por tercera vez, supe que ni para fumón servía.

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